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Klay Thompson es un excelso tirador, pero lo que tienen de muy bueno, tanto él como Stephen Curry es moverse sin el balón, más Klay que Steph. Utilizan las cortinas indirectas mejor que nadie, son tiempistas para salir, engañar al defensor a la hora de desmarcarse y muy veloces para ejecutar la mecánica del lanzamiento, con una eficacia desorbitada.

Thompson también es especialista en ocupar espacio en el contragolpe para castigar con un bombazo y siempre sabe cuando acelerar o aminorar la marcha para encontrarse abierto y hacer su juego, lanzando o rompiendo. Esa noche del 5 de diciembre del 2016, ante Indiana, Klay tuvo una jornada memorable.

Los puntos se sucedieron unos a otros, en contragolpe, saliendo de cortinas, con puertas traseras y hasta bombazos de media vuelta desde la esquina. Fueron 40 puntos en el primer tiempo y cuando quizás todos pensaban que se iba a enfriar al medio tiempo, como si nada salió para meter otros 20 y rubricar una fiesta para todos los presentes, compañeros, árbitros y hasta rivales, aunque quizás por ejemplo Monta Ellis no debería estar muy contento de aparecer en muchas fotos.

Fueron los 60 puntos más prolíficos de la historia en cuanto a tiempo (29 minutos) y a la manera de jugar de Klay, casi sin usar el dribbling más que para acomodarse un par de veces, todo recibir y tirar como si fuera un entrenamiento, corriendo la cancha y estar listo siempre para definir, con un instinto asesino a flor de piel.

Una actuación sin igual, tan buena como increíble, pero que solo los Warriors de Curry, Thompson y Durant podían dar, un poderío ofensivo de los más dominantes en la historia de la NBA. Klay, con aquellos 60 puntos, dejó su huella y ese recuerdo hoy alimenta el anhelo de su vuelta sano, para poder seguir apreciando a los Splash Brothers un tiempo más y que el básquet disfrute de este dúo destinado a ser leyenda.

Mauro Osores / [email protected]

En Twitter: @osoresmauro