Argentos NBA

Justo a tiempo

16:23 21/03/2020 | Fabricio Oberto debió retirarse por primera vez en 2010 por un tema cardíaco. Lo recordamos en esta nota que salió en Básquet Plus revista ese año.

Oberto en Argentina (Foto: FIBA)

El martes 2 de noviembre del 2010, los Blazers visitaban a Milwaukee. El trajín de las dos semanas anteriores había sido bravo. Estando en Córdoba, el 22 de octubre su agente le comunicaba que se cerraba el trato con Portland. Fabricio viajó un día después y el 26, recién llegadito, debutaba con sus nuevos compañeros ante Phoenix, con un buen triunfo por 106-92. De más está decir que ni tiempo para ubicar una residencia estable. Hotel y a armar el bolso para una seguidilla de 4 partidos como visitante: Los Angeles, New York, Chicago y Milwaukee. No eran momentos para la queja. Después de un Mundial complicado de salud, volver a tener equipo era una ilusión enorme. Y en la NBA, la mejor Liga del mundo, la que había soñado de chico. La que no quería abandonar.  

Sin embargo, el encuentro ante Milwaukee, que se esperaba fuera la primera chance de una cena con amigos (Carlitos Delfino), no terminó de la mejor manera. Fabricio sintió mareos en su ingreso al campo, pidió salir y ya no volvió a entrar. “Sentí mareos y me asusté un poco”, reconoció después. Tras ser revisado por los médicos, y sin decírselo a mucha gente, el cordobés empezó una serie de llamados telefónicos con su familia, mientras por su cabeza pasaba la decisión más importante de su vida. Esa noche y la siguiente no durmió y a la otra mañana se lo comunicó a su entrenador, Nate McMillan: “No juego más, me retiro”. McMillan, un hombre duro al que en la Argentina no se lo recuerda muy bien desde que tuvo al Colorado Wolkowyski en Seattle, lo felicitó. “Es una decisión muy inteligente”, le dijo. Casi calcada fue la respuesta de los médicos a los que consultó y hasta de los medios, amigos y colegas de todo el mundo. De hecho, en Portland ni siquiera lo obligaron a firmar el papel que, en estos casos, suele firmarse para que el jugador quede atado 12 meses en caso de arrepentirse. Oberto, por su parte, tampoco quiso cobrar el contrato, pese a que podría haber dilatado su decisión, sin jugar, mientras seguía embolsando los dólares de su acuerdo.  

El jueves 4 fue el anuncio oficial y ese mismo domingo ya estaba de vuelta en la Argentina, en Córdoba, apenas 11 días después de haber partido con, evidentemente, otras expectativas. Fueron las dos semanas más vertiginosas de su carrera. La carrera de un chico que había empezado en Las Varillas, el 21 de marzo de 1975. 

UN PIBE DISTINTO 

Fabricio Raúl Jesús Oberto. Ese fue el nombre completo que los padres de Fabri (Raúl, 1.95 e Irma, 1.76) le pusieron al segundo hijo de la pareja, que ya tenía a Pablo. El largo nombre, claro, fue motivo de cargadas más de una vez. Hoy en día es un clásico el “¡Jesú!” de algunos de sus ¿ex? compañeros de la selección dorada. En Las Varillas, un pueblo que según el INDEC del 2001 no llegaba a los 15000 habitantes (¿cuántos tendría en el 75?), a 170 kilómetros de Córdoba capital, Fabricio jugaba a todo lo que le pasara cerca: fútbol, básquet, atletismo…Claro que en pocos años, empezó a pegar el estirón y rápidamente lo chuparon desde el básquet. No fuera a ser cosa que el más lungo de la ciudad se dedicara a otra cosa. Empezó en Huracán de Las Varillas a los 7 años, y poco después tuvo uno de sus primeros impactos fuertes. Atenas de Córdoba (un símbolo de la provincia) fue a jugar un amistoso a Las Varillas y Fabricio se dio el gran gusto de sacarse una foto con su ídolo Marcelo Milanesio. El tiempo los uniría después de una manera increíble. A todo esto, Oberto siguió jugando en Huracán hasta que, a los 16 años, pasó a Ameghino de Villa María. “En Las Varillas jugábamos el torneo con los clubes de Villa María. Y cuando pasé a Ameghino me tenía que hacer todos los días el viajecito de 90 km en un colectivo que le ponía una hora y media. Me dejaban salir un poquito antes del colegio para que llegara al bondi. Corría como un loco para llegar a tiempo”.  Dos años en Villa María y la gran oportunidad. “Por intermedio de un tal Dr. Martínez, oculista de Las Varillas, amigo del Felo (Lábaque), me consiguieron una prueba en Atenas. Me citaron en noviembre de 1992. Era mi último año del secundario. Fui, me probé y me dijeron que volviera a los pocos meses, después del viaje de fin de curso. Así que en enero de 1993 ya me instalé. Estaba el Lomo Ligorria en la primera y Marcelo Vivas. Yo jugaba con los juveniles, donde estaban Matías Tomatis, Pedro Casermeiro, el Pachi Coronel, Marcos Nóbile y otros chicos. Ya me quedé”.  Lo raro en esa historia es que Fabricio nunca había jugado contra los de Córdoba, ni siquiera un Provincial. “Nada, porque hubo dos veces que yo no pude jugar, otra vez que me citaron fueron los chicos de Villa María y en otra citación quedé afuera. La primera vez que jugué fue un Provincial para Córdoba capital de juveniles en River”. Cuando se le pregunta a Oberto si iba seguido a Córdoba antes de fichar en Atenas, la respuesta es categórica “¡¿Qué?! Ir a Córdoba era como ir a Nueva York más o menos”.   

TODO RAPIDO Y JUNTO 

Ya estaba en Atenas, “el” equipo de la provincia. “Yo los escuchaba siempre por radio”. A esa altura, medía 1.98. Pero rápidamente pegó un estirón y al cumplir los 18 ya había subido a 2,02. Entonces empezaron a lloverle las cosas, casi sin descanso. Título argentino con Córdoba en juveniles en cancha de River, y convocatoria para entrenarse con el equipo de primera. “Vivía en una casa en Juan B. Justo con Pachi Coronel, Verón, Pedro CasermeiroTomatis… Estudiaba para contador público. Fui tres veces,  400 tipos en un aula y no fui más. Eran demasiadas actividades. Empecé a entrenar con la primera y en setiembre debuté en la Liga, contra Ferro, en Buenos Aires. No fue un buen arranque: perdimos 93-68, pero yo estaba chocho por poder jugar con Marcelo Milanesio. Después nos mudamos los juveniles a unos departamentos que estaban en el club. En esa época ganaba muy poquito y me lo gastaba casi todo en vitaminas. Si cobraba 500, 350 iban a vitaminas. Tenía que subir de peso. Estudiaba inglés, porque si llegaba un día a la NBA tenía que saber hablar inglés. La leyenda urbana en esa época decía que ése podía ser un impedimento, así que yo quería estar listo, al menos en eso”. En ese momento, 1993, el último jugador que había estado cerca de la NBA había sido Pichi Campana y, justamente, durante mucho tiempo se dijo que el idioma había sido determinante para que no quedara. Fabricio recuerda una anécdota en relación a la NBA de ese entonces. “Tengo un video del viaje de estudios en el que yo le digo a la cámara ‘Saludos a todos los muchachos de la NBA, que los voy a ver pronto’. Cosas de chico”. Los golpes emocionales seguían llegando rápido. “Debuté en la Liga en setiembre después de ser campeón argentino con Córdoba y en diciembre Vecchio me llama para la mayor. Yo no entendía nada. Fui el último corte para el Mundial 94. Argentina hizo unos amistosos por el Interior, y yo jugué para Atenas unos amistosos contra ellos, y la verdad es que lo hice muy bien, estaba inspirado, así que me dejaron como camiseta celeste. Fui a la Copa Acrópolis de Grecia, a los Juegos de la Buena Voluntad en Rusia y al Mundial en Toronto. Estaba en una nube. Yo entrenaba, miraba mucho, iba al gimnasio todo el día para ponerme fuerte. Trataba de absorber. Miraba a Fetisov, a Rebraca, todos tipos que eran unos monstruos. Me acuerdo que en la Acrópolis estaba Djordjevic con unas zapatillas rojas y yo pensaba ‘este pelado debe ser bueno para ponerse esas zapatillas’. Y en la Copa Acrópolis jugué porque había uno lesionado. Después cargaba los bolsos y lo ayudaba al Pipi Espósito en todo. Pasaba por las piezas para ver si a alguno le faltaba algo, hacía mandados…”.  Antes del Mundial, Fabricio jugó un torneo amistoso en Obras donde le volaron uno de sus dientes, el que lo caracteriza por ser de plata. “El diente me lo saqué en realidad de chico. Me caí al piso de trompa y de ahí tuve uno de metal. En Obras fue una de las veces que me lo sacaron de un golpe. Cobraba siempre en esa época, era muy tiernito”. 

El primer roce directo con la NBA, podría decirse, lo tuvo en el 95, en el Nike Hoop Summit que se celebra en los Estados Unidos entre los mejores jugadores secundarios de ese país y los mejores proyectos del mundo. Fabricio integró el equipo internacional dirigido por Sandro Gamba y le tocó defender un buen rato a un lunguito que prometía: Kevin Garnett. “Fue tremenda la experiencia. La rompía toda Garnett. Un monstruo. Lo defendí como 30 minutos”.  

Después llegó su debut en la selección con título en los Panamericanos de 1995 y la increíble experiencia de los Juegos Olímpicos en 1996, en Atlanta. “En Mar del Plata no jugué mucho, pero tuve un momento en las semifinales creo, que jugué bastante. En la final entré 5 minutos y no me acuerdo de nada, solamente del ambiente increíble que había en el estadio. Después, en Atlanta, perdimos el partido que no teníamos que perder ante China, que nos hizo una zona berreta que no pudimos superar, y le ganamos a Lituania, que era un equipazo, con Sabonis y el resto. Haber podido jugar contra esos monstruos fue una experiencia inolvidable”.  

A esta altura, Oberto era el gran proyecto nacional junto con Lucas Victoriano y el hecho de que Juan Espil fuera el primero en irse a Europa con la Ley Bosman le abrió los ojos a muchos. “Para nosotros, Hugo Sconochini y Marcelo Nicola eran como extranjeros, casi extraterrestres. Jugaban en Europa…eran los pioneros. Hugo era un héroe. Pero de a poco se fue empezando a hablar de Europa, de la NBA, de los proyectos…” 

Llegó entonces 1997, año bisagra en la carrera de Oberto. Dos hechos dominaron esa campaña. Primero, el Mundial Sub 22 de Melbourne, para muchos, el bautizo de la Generación de Oro.  Oberto había debutado en una selección menor el año anterior en el Panamericano Sub 22 de Caguas, en Puerto Rico (donde en Estados Unidos jugaba Tim Duncan), con el plantel que luego iría a Australia. “Ellos venían juntos desde dos años antes. Entré al grupo siendo el más grande de todos, pero me adapté rápido. Era la primera vez que mis compañeros eran más chicos que yo. Fue muy fácil y a varios los conocía de Córdoba o de la Liga. Pegamos onda muy rápido. En aquel Mundial la pasamos muy bien, pero a la vez sufrimos muchísimo por la forma en la que perdimos.  Éramos un equipo atlético, corríamos, jugábamos bárbaro. Perdimos ese partido increíble contra Australia en semifinales y terminamos cuartos”. 

Y después el McDonald’s Championship de París. “Yo había tenido chances de irme a una Universidad, pero interiormente creía que el secreto era el trabajo, y no dónde jugara. En París noté, al chocar con varios monstruos, como TarlacFassoulas, Reyes, Rogers o Rebraca, que físicamente ya no había tanta diferencia. Ya me tenía confianza, porque nos conocíamos mucho”. En ese McDonald’s empezó su historia grande. “Hay una historia increíble, que pocos saben. Yo venía de cambiar de agentes –error-, y cuando termina el partido contra Olympiakos, me viene a ver un mono grandote, enorme, y me dice si podía ir con él, que había alguien que quería hablar conmigo. Me lleva debajo de las gradas del Paris Bercy y como en una película, aparece del oscuro con un puro en la boca Jerry Krause, el general manager de los Chicago Bulls. Yo sabía quién era y me quedé mudo. No podía hablar una palabra. Entonces el tipo me dice que ellos sabían que Jordan se iba a retirar y que querían sumar sangre nueva para hacer la renovación, que fuera al año siguiente a Chicago a probarme, pero que me querían firmar. Me pidieron que no dijera nada y como por dos años no se lo conté a nadie. Incluso en 1999, cuando fui al famoso campus de los Knicks en el que no jugué, los tipos me seguían llamando para que fuera a Chicago. Fue un momento durísimo, porque en Grecia no la pasé bien y la gente que me representaba lo único que quería era que yo jugara los 3 años en Olympiakos para cobrar su alta comisión, y no las migajas que se iban a llevar si fichaba en la NBA por mucha menos plata. Cuando me apretaron con que tenía que volver a Grecia a cumplir el contrato que estaba firmado, les dije ‘entonces me retiro’. Me reventó la cabeza. No estaba preparado para estar en ese clima, fue toda una experiencia. Ahora, tanto tiempo después, creo que me hizo crecer. Son vivencias. Estuve seis meses sin jugar, en Las Varillas. Había tenido la NBA ahí, al alcance de la mano, y se me bloqueó la cabeza. Iba a tirar al aro, tiraba un tiro, no entraba, y le pegaba un patadón a la pelota. ¡Qué momento! Lo único bueno de esos seis meses es que conocí a Lorena, mi actual esposa. Hasta que se liberó mi contrato gracias al TAU Cerámica, que me fichó ya avanzada la temporada 1999/00”.  

En el medio, Fabricio había jugado un estupendo Mundial con Argentina (quinteto ideal del torneo) luego de consagrarse campeón de la Liga Nacional con Atenas en la histórica final 4-0 sobre Boca, en la que la dejó chiquitita.  

Su carrera, entonces, siguió en España. “Estaba Julio Lamas como entrenador, pero no fue él el que me llevó. Arreglamos casi al mismo tiempo. Pero no se había terminado toda mi locura. Llegué y jugué en Badalona. Julio me mandó a la cancha enseguida. Quería que jugara. Al otro día me levanto y empiezo a hacer el bolso para volverme a Argentina. ¿Qué hago acá? me preguntaba. Fui a hablar con Julio, que me convenció de llegar a Vitoria. Y me agarró Juan (Espil), que estaba en el equipo, y me llevó a vivir con él a su casa. Me mimaba, me trataba de primera. Tuvo una actitud fantástica conmigo. Después las cosas se fueron acomodando y el que hubiese varios argentinos en el equipo me ayudó mucho. Yo tuve suerte, porque salvo estos dos últimos años, siempre compartí equipos en el exterior con argentinos”. 

En el TAU, Oberto completó tres años estupendos, ganando una Liga ACB y una Copa del Rey, para pasar al Valencia. Tres años con Ivanovic de entrenador habían sido demasiados. En el medio, una noticia lo fulminó estando en Vitoria. Una noticia que en estos días cobró actualidad: Gabriel Riofrío moría de un ataque al corazón en medio de un partido. “Me llamó Guillermo Gorroño (periodista de ESPN) a las 4 de la mañana. Me quedé sentado en la cama. No podía reaccionar. Fue tremendo. Gracias a Dios nunca  las imágenes. Prefiero no verlas nunca. Me quedo con la imagen de él. Yo la verdad es que nunca supe que tuviese un problema. Fue algo muy fuerte para el grupo. Éramos amigos. Seguro hubiese estado en el equipo de Indianápolis. Hacía de todo, y todo bien. No hay muchos así…” 

Desde ese tremendo golpe, fue habitual en todos los torneos jugados por Argentina que los jugadores tuvieran algún recuerdo para Riofrío: “Gaby, siempre con nosotros”.  

Tras dejar el TAU, llegó el Mundial de Indianápolis, otro suceso inolvidable. “Les sacábamos 40 a cualquiera. Teníamos un nivel increíble. Encima, sacábamos 30 y seguíamos presionando toda la cancha. Nos faltó la experiencia para cerrar la final, nada más. No sé qué hubiese pasado si ganábamos ese torneo. Nos dio un fuego, una calentura especial para seguir remando. Cosas así te forjan. Nos generó una dureza mental que se reflejó dos años después. Igual, si me preguntás qué querría que hubiese pasado, obviamente te diría que me hubiera gustado que el tiro de Hugo entrara”. 

En el Valencia quizá mostró su faceta más completa como jugador, aunque no consiguiera tantos títulos (una Copa ULEB). “Quería cambiar de aires. Con Dusko me llevaba bárbaro y nunca tuve un problema, pero quería algo más. En Valencia me dijeron que yo iba a ser la columna del equipo y fiché ahí. Encima contrataron a Tomasevic, con el que me entendía de memoria. Fueron tres años bárbaros”. 

Recién ahí, en el 2002, cuando fichó por Valencia, pidió cláusula para tener una salida a la NBA, que volvía a estar entre sus prioridades. “Después del tercer año compré mi salida y me puse a esperar. Sin apuro”. 

Claro que, a todo esto, en el 2004, había llegado a la cima de su carrera con la selección argentina, con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas. “Jugamos la Diamond Ball antes del torneo y la verdad es que la pateamos mal. Veníamos de jugar un torneo en Córdoba donde salimos cuartos, perdimos hasta con España B. Pero en los Juegos levantamos cuando había que hacerlo. Algún momento en la primera fase y en los cruces definitivamente jugamos mejor. Primero con Grecia, después con Estados Unidos y la final contra Italia. Fue torneazo porque queríamos la medalla olímpica en la cabeza. Encima yo me quedo afuera en el cierre de las semis por el golpe de Marbury que me fractura la mano, pero te digo la verdad, yo siento que la final la jugué. Fue como si hubiese estado adentro de la cancha. Mirá la locura que nos habremos agarrado cuando terminó el partido contra Italia que nos olvidamos a Manu en el estadio. Nos fuimos todos festejando como locos en el colectivo hasta la Villa Olímpica y cuando llegamos nos dimos cuenta que no estaba. Creo que este grupo quedará en la historia por la clase que tuvo, sobre todo fuera de la cancha. Jamás armó un quilombo de comportamiento, ni dejó alguien de firmar un autógrafo, somos todos agradecidos, siempre tuvimos una forma de trabajar impecable. Julio (Lamas) nos dijo en Beijing que estaba disfrutando una barbaridad volver a vivir el trabajo nuestro desde adentro. No hay otro equipo así. RC Buford (general manager de los Spurs), en el 2002, vino a vernos después de la final y nos dijo que Argentina era el mejor equipo que había visto en su vida. Ustedes perdieron la final y terminaron comiendo todos juntos. ¿Qué mejor elogio podés tener?”. 

En el 2005, las chances de NBA se enfocaban a Memphis. “No salía otra chance, pero estaba Pau Gasol, no era como ahora. Y en dos días me surge San Antonio. Me llamó Pop (Popovich) al toque y le dije que sí enseguida. Yo recién venía de ser papá de Julia. No me entraba la sonrisa en la cara. Fue una etapa imborrable. Lo más parecido al grupo de la selección: por forma de jugar, de trabajar, de manejarse”. 

En el segundo año en los Spurs, Fabricio conseguiría su anillo de campeón, pero también sufriría el primer episodio cardíaco. “Fue unos días antes de la serie de playoffs ante Utah. Sentí que estaba muy acelerado y me dio 214. Arritmia total. Me hicieron un reseteo. Esto es, unos segundos sin el corazón funcionando. Me lo hicieron y a los pocos días volví a jugar. Y después salimos campeones”. 

Era el momento con el que había soñado toda la vida. Campeón de la NBA, la Liga con la que había estado ilusionado desde que aprendía inglés en Las Varillas. 

La vida en San Antonio siguió dos años más, hasta que llegó el traspaso a Milwaukee, aunque terminó en Washington vía Detroit. “Yo pensé que iba a volver, fue duro. Cuando fui a buscar las cosas para mudarme a Washington pensaba estar 4 días y me quedé uno y medio, porque lo sufría mucho. Con Manu estábamos todo el día juntos, fue una etapa fabulosa. Creo que quizá lo del corazón fue un motivo para no volver. Pop estaba preocupado y en la última temporada había tenido dos episodios más de arritmia. Tuve que operarme, pero después volví a hacer todo con normalidad, aún en el Mundial de Turquía”. 

La historia que sigue es la que ya conocen todos. Después de Turquía, llegó la chance en Portland y, en diez días, el mundo de Fabricio cambió 180 grados. “Puse todo en la balanza y lo medité mucho, hasta que me pregunté ¿vale la pena arriesgar tanto? ¿para qué? Y entonces decidí parar”. 

 

Fabián García / [email protected]
En Twitter: @basquetplus

Compartir