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Los Bulls de los 90 fueron tan grandiosos que no les alcanzó con jugar al básquetbol como nadie antes o después. Llegaron a dominar de tal manera la competencia que se terminaron creando enemigos internos para competir a un más alto nivel, incluso con cuestiones no basquetbolísticas. 

Una de esas cuestiones tenía que ver con el día a día que tan bien (o mal) reflejó la serie Last Dance, que se emitió en Netflix hace ya un par de años. Michael Jordan no era un líder sencillo, ni fácil de tratar, y su método consistía en llevar a sus compañeros al límite de sus posibilidades. El que no se lo bancaba, afuera. Y eso incluía una forma de entrenar en la que, claro, él mismo era el que más trabajaba. 

Cuenta la leyenda que un día Scottie Pippen llamó a los miembros del cuerpo técnico para avisarles que no iba a ir a la práctica porque se le había muerto el gato. Y que 15 minutos después, Horace Grant hizo lo mismo para avisarles que debía acompañar a Scottie en ese duelo. 

John Bach, uno de los asistentes de Phil Jackson, se volvió loco cuando se enteró, lo llamó a Grant y le dijo que tiraran al gato al tacho de basura y fueran inmediatamente a entrenar, algo que no sucedió. De hecho, en la siguiente práctica en la que estuvieron todos, Horace pidió un minuto de silencio por la muerte del gato de Pippen. 

Dicen que la calentura de Jordan subió a escalas no humanas y que, de ahí en más, las prácticas de los Bulls se hicieron más entretenidas que los propios partidos, según dijo alguna vez el propio Jerry Krause. Y que desde ese entonces, cada vez que Jordan defendía a Pippen, se enfurecía y le gritaba todo el tiempo "¡te voy a patear el culo!". Historias que ya no volverán.