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39 años entre el cielo y el infierno: la resiliente historia de Carlos Delfino

20:37 08/09/2021 | Es uno de los mayores talentos del básquet argentino. Sobrevivió a siete operaciones para volver a brillar. Jamás se rindió y sigue en la élite.

Delfino pasó por todo (Foto: NBA)

“Papá, quiero jugar”
“Papá, quiero jugar”
“Papá, quiero jugar”

Ni un poema, ni una rima. En la casa de los Delfino se desayunaba, almorzaba, merendaba y cenaba básquet. Era la entrada, el plato principal y el postre. Carlos Gustavo fue el principal culpable y a los seis años su hijo, que llevaba su primer nombre, no aguantó más.

Hora de seguir los pasos de su progenitor.

Olimpia de Venado Tuerto, el lugar de los hechos. Uno se enamora de lo que ve y aquel pequeño nacido un 29 de agosto de 1982 abrazó la pasión por la naranja de muy pequeño, pasando las pelotas, buscando alcanzar el aro con esa mecánica única y absorbiendo como una termita la madera del deporte.

Deportivo Roca, Atlético San Jorge Macabi, Unión de Santo Tomé, y, los últimos, Libertad de Sunchales y Unión de Santa Fe. Carlos seguía al Toro a todos lados, en cual club decida jugar. Cada vez un poco más cerca de su querido hogar.

También paulatinamente su talento comenzaba a asomarse y las ofertas llovían. Una en concreto lo cautivó, y provenía de una universidad de Estados Unidos…

Pero como todo en su vida, la situación fue dinámica y el cambio total. “Era parte de una selección U21 y estaba a la espera de la visa para jugar en Estados Unidos, en un college de Miami al que iba a ir. Rubén (Magnano) tenía que hacer los movimientos para definir el plantel que viajaría a Brasil, y en ese torneo me terminó yendo muy bien y después empezaron a llegar ofertas, entre ellas la de Italia. Nosotros éramos juveniles y terminamos entrando en el último corte, con Adrián Boccia”, recordó Delfino en una charla con la Liga Nacional.

Al final no se fue para Miami y desembarcó en el Reggio Calabria. Nico Gianella, Alejandro Montecchia... no se encontraba solo en el Viejo Continente y eso lo ayudó a adaptarse con celeridad.

Y si en aquel equipo peleaba por sobrevivir, en su salto al Fortitudo Bologna en 2002 el cambio de timón fue rotundo. Siendo apenas un pibe dio un salto categórico, compitiendo al máximo nivel y llegando a promediar 12,3 puntos y 6,0 rebotes en la caótica Euroliga. Desentendido total, lo suyo era la elegancia.

“Eso me permitió seguir creciendo que a la par era la selección argentina, que venía formándose con jugadores de muchísima experiencia y donde era muy difícil entrar. Tuve la suerte de jugar un Sudamericano en Brasil, y gracias a Dios la historia dice que terminamos jugando y ganando. Y fue así como tres jugadores que éramos Leo Gutiérrez, Walter Herrmann que fue el MVP de ese torneo, y yo, nos sumemos a la preselección con los grandes. Era un pibe de 21 años, me venían pasando cosas muy rápido y no me lo esperaba, fue impactante”.

En toda esa vorágine Lancha no tendría tiempo para digerir las cosas. Un 26 de junio de 2003 fue el primer argentino en ser elegido en la primera ronda del Draft de la NBA de la mano de los Pistons en el pick 25 y un año después sería convocado al elenco nacional que brillaría en Atenas.

Estados Unidos, Grecia, Italia, las piezas del rompecabezas se fueron completando y finalmente aquel equipo que se había quedado con sed de revancha luego del Mundial del 2002 tendría su premio al colgarse la de oro para que la celeste y blanca se levante con fuerza en Atenas.

Desde ese momento, el santafesino comenzaría a sentir las adversidades de la vida y pondría a prueba su propio cuerpo. En las primeras tres temporadas con los Pistons no llegaría a promediar al menos 20 minutos en cancha y recién en la 2007/08, cuando partió a Toronto, subiría sus prestaciones.

9,0 tantos en 23,5 minutos con Toronto y una campaña después, luego de un paso por el Khimki ruso, 10,0 puntos con los Bucks en playoffs, transformándose en una pieza importante del equipo de Wisconsin. Además, se colgó otra medalla en el proceso: la de bronce en Beijing 2008. Todo volvía a cobrar sentido. O no…

Era hora de lo peor.

Delfino jugaba para Houston y el año era 2013. “Faltaban unas semanas para terminar la fase regular cuando sentí un dolor en el empeine del pie. Me hicieron un estudio que dio que tenía una línea de pelo, lo que marcaba que podía estar por quebrarse… Me pararon 15 días, volví, me sentí mejor y ahí me infiltraron para jugar la serie con Oklahoma”, contó Carlos en Infobae. 

El calendario marcaba el 29 de abril y se dio en el cuarto partido, en la única noche que los Rockets pudieron vencer a los Thunder. Carlos robó un balón, se escapó hacia el otro costado y metió una de las volcadas más significativas de su historia.

 
Lamentablemente, esa acción fue un yin yang y todo lo bueno también tuvo algo de malo: “Ahí sentí que algo se había roto. Tiré el libre de la falta y salí. Para el partido siguiente no podía caminar con zapatos, intenté jugar y sólo aguanté tres minutos. Cuando salí sabía que estaba roto”.

Aquel enfrentamiento ante Oklahoma City lo puso en pausa por tres años y enfrentó un calvario.

“Vas a estar afuera por toda la temporada”.

No eran los médicos de Houston los que se lo decían, sino los de los Bucks, el equipo que lo había fichado un 7 de julio de 2013. Un traspaso a los Clippers, una rescisión de contrato y un cuerpo que parecía estar en un pozo que no tenía escalera ni salida formó un crisol devastador. Estaba perdido.

Bologna, Italia. Septiembre de 2015. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis operaciones. No contaba ovejas, sino lesiones. el 1 de mayo de 2013 había sido su último partido oficial y ese día decidió olvidarse de los problemas e irse al podólogo.

“Lo viste a Giannini?", le dijo el profesional, según una entrevista de Básquet Plus. "¿Quién es Giannini?", respondió Carlos. El protagonista era un profesor de la universidad de la ciudad y tenía nada más y nada menos que 78 años. No operaba más, pero la terquedad de Carlos que le permitiría seguir jugando hasta el día de hoy pudo contra ese deseo y su carrera mutó en su totalidad.

"Acá no hay que poner, hay que sacar huesos".

Tuvo un yeso en el pie durante tres semanas y cuando volvió al consultorio ni siquiera había llevado su zapatilla derecha. “Te podés ir caminando”, le dijo el doctor cuando removió el material.

"Me fui a Punta del Este de vacaciones y antes de Año Nuevo me manda un mensaje: '¿empezaste a correr?' Yo no entendía nada. Entonces me explicó que me había sacado lo que tenía que sacar y que ahora tenía que moverlo. De hecho yo me desperté en la operación y ví lo que hacía. Ví huesos que eran como ceniza, estaban muertos. El tipo sacó todo, rellenó con otras cosas, hicimos células madre también. Y así fui empezando. Aunque él me dijo de correr en enero, recién me animé a fines de febrero a caminar largas distancias y a mediados de abril a correr. Lo que pasa es que ahora tengo que recuperar musculatura, porque durante 3 años la pierna estuvo parada. Pero no tengo dolor".

No era un milagro. La ciencia y un médico habían hecho su trabajo.

El destino da muchas vueltas y al seguir caminando Lancha se encontró en Río de Janeiro, volviendo a la competencia profesional con la celeste y blanca en los Juegos Olímpicos de 2016. El rendimiento del plantel no fue ideal, pero él estaba más contento que cualquiera. Le había ganado a la vida, sin dejar jamás de intentar.

Limpieza nuevamente del pie mediante, Delfino volvió con todo. Jugó en Boca y lo salvó del descenso, estuvo en el Baskonia y regresó a Italia, adonde sigue dando cátedra en el Pesaro a base de triples, acciones lujosas y un talento que nunca conoció de límites.

Tampoco de razones ni sentido común. Porque la vida se trata de eso, de luchar y luchar sin parar, con el corazón cargando al cuerpo cuando las piernas ya no puedan avanzar.

Necio como Carlos, necio como su sonrisa y su eterna brisa. 

 

 

Ignacio Miranda/ [email protected]
En Twitter: @basquetplus
En Twitter: @nachomiranda14

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