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Jugar en la NBA: ¿lo único importante? ¿lo más importante?

13:02 16/10/2022 | Es una decisión que, salvo algunos casos, siempre ha sido el gran objetivo de la mayoría de los jugadores. Cómo actúa cuando esa opción se complica.

Todos casos distintos de cómo vivieron su relación con la NBA: Rudy, Campazzo, Llull y Deck (Foto Real Madrid)

Entrar a un club de 450 socios únicos en el mundo es algo que, sin necesidad de aclarar, suena tentador. Es ser parte de una élite muy exclusiva que, ha quedado comprobado por las grandes empresas, resulta enormemente seductor, como lo confirman todas las ofertas de entrar a grupos reducidos: tarjetas de crédito black, ingreso a lugares reducidos, viajes en lugares de privilegio, etc. 

La NBA es, en un mundo con millones de jugadores, un sitio de casi imposible acceso. Y, durante décadas, inviable para extranjeros. Hace ya 30 años que eso fue cambiando cada año y, ahora, los buenos de todo el mundo pueden perfectamente aspirar a acceder a ese club. La cuestión es a cambio de qué. 

Digamos que las situaciones son muy distintas entre los candidatos. Por un lado, existen los extranjeros formados en Estados Unidos que llegan desde el draft, haciendo el camino más tradicional, y que culmina con los mejores accediendo a los primeros puestos de esa elección, como pudo ser en su momento Andrew Bogut, australiano, jugador de la Universidad de Utah, 1 del draft 2005 y larga carrera en la NBA. 

Después están los elegidos, como Dirk Nowitzki, Pau Gasol o Luka Doncic, que todos saben que tendrán larga vida en la NBA antes de que lleguen. Hay también casos de extranjeros que entran sin tanta expectativa y terminan siendo leyendas, como Manu Ginóbili, y luego un grueso de jugadores que alternan buenas y malas. La mayoría. 

Durante mucho tiempo, Europa tuvo una ventaja, y era que competía económicamente con la NBA. De hecho, le pagaba más a sus jugadores que lo que podían ofrecerle en Estados Unidos. Así, Toni Kukoc se quedó en la Benetton un par de años antes de ir a Chicago Bulls en 1993, por caso. Treinta años después, no existe esa situación, salvo en el rango bajo. El mejor pago en Europa gana 3-4 millones de euros al año, lo mismo que se lleva el jugador 250 en la NBA. Una locura lo que eso cambió. 

Ahora bien, estar en la NBA, al ser accesible, se convirtió en un tema muchas veces complejo de manejar para jugadores que sienten que tienen que estar donde están los mejores. Y eso llevó a muchas discusiones. Nos enfocaremos en los casos más cercanos de argentinos, mezclados con algunos europeos. 

 

Primera cuestión: ¿hay que ir sí o sí en algún momento a la NBA si uno es top en Europa? La mayoría responde que sí, salvo excepciones. La mayor de los últimos años, Sergio Llull, mejor jugador de Europa en 2017 y cercanías, hasta que se rompió la rodilla. Drafteado por Houston, siempre coqueteó, amagó, pero a la larga renovó con el Madrid una y otra vez. Los cantos de sirena no lo hicieron cambiar de opinión. Para Llull, la balanza estuvo bastante clara: soy amo y señor en el Madrid, vivo en mi ciudad, con mi gente, soy ídolo, siempre juego finales, gano muy buen dinero y juego el tipo de básquet que me gusta. Su caso es de los poquísimos, porque lo hizo en épocas ya de salarios altos, no como Dejan Bodiroga, el otro gran ejemplo, que no fue cuando el dinero era parejo. No hay muchos casos más de este tipo. Hay que alejarse en el tiempo (Oscar Schmidt, Nikos Galis). 

Ahora bien, iremos directamente a 4 casos recientes de argentinos, aunque mencionaremos otros previos. Facu Campazzo acaba de fichar en Dallas Mavericks, después de jugar poco en la segunda mitad de la temporada pasada en Denver, y de ser requerido por los principales equipos de Europa. La paradoja aquí es que hubiese ganado más dinero en Europa, pero él quiere probar que puede hacerlo bien en la NBA. Es un desafío personal. No económico. 

Su decisión fue riesgosa: con 31 años, casi 32, Facu necesita volver a tener mucha actividad para no perder ritmo de juego durante la temporada. ¿Lo conseguirá en Dallas? Ojalá, pero no es seguro. Lo que sí creemos es que, si en esta campaña no tiene los minutos que espera, el año que viene se volverá a Europa. Ya no tendrá más cosas para probar. El otro punto es que, habiendo estado en el Madrid, jugando casi todas las finales, acostumbrarse a perder eso es casi tan difícil como no jugar mucho. El que gana quiere volver a ganar. 

Tenemos luego el caso de Luca Vildoza, que en una situación parecida, pero distinta, por la diferencia de edad (Luca tiene 27), porque prácticamente no jugó nunca en la NBA y porque, probablemente, viendo los problemas que tenía Facu para cerrar en un equipo, prefirió ir a lo seguro, dejar la NBA para más adelante si vuelve a surgir, y volver a Europa para recuperar protagonismo en una competencia que conoce como la Euroliga. Luca jugó de corrido por última vez hace ya un año y medio. Demasiado tiempo. 

Caso 3. Leandro Bolmaro. Es el más difícil de analizar. Leandro tiene 22 años, va por su segunda experiencia en Utah, y como fue primera ronda del draft, tiene contrato garantido hasta esta 2022/23. Entre la primera y la segunda, se hizo de 5 millones de dólares. Difícil rechazarlo. El punto es si retrasó sun progreso yendo a la NBA en lugar de quedarse un par de años más en el Barcelona, donde hubiese crecido, se cree, su tiempo en cancha. 

Sin embargo, con ese dinero ya ganado, la chance de totalizar 11 en los dos que vienen si Utah u otro equipo lo fichan, lo pondría en una situación económica que ningún otro argentino tuvo antes: estar salvado a los 25 años, con el futuro abierto para seguir en la NBA si lo hace bien o volverse a Europa con la mayor parte de su carrera por delante. Es cierto, quizá quedándose dos años más todo lo que está viviendo ahora se le hubiese hecho más fácil, pero eso es teoría y especulación. Se puede estar a favor o en contra, pero solo eso. Jugadores como Bolmaro siempre van a ser requeridos por Europa, porque justamente el viejo continente se está desangrando con todo el talento joven que parte rápido a la NBA. Sus retornos se reciben con alfombra roja. 

Cuarto caso: Gabriel Deck. El de Gaby es el mejor ejemplo de que el tema NBA no siempre se puede forzar. A Gaby esa experiencia le salió bien desde lo económico, pero nada más. No la disfrutó, no tuvo chances, no estuvo en un buen equipo ni en una buena ciudad. La NBA, perdón Gaby, no es para Deck. El santiagueño necesita otro hábitat, otros afectos, otra contención. Y se demostró en una semana a su regreso al Madrid. ¿Perdió algo Deck por elegir Europa? No, nada. Ganó. 

Si miramos a otros casos de argentinos en el pasado, hay de todo. Saquemos al extraterrestre de Ginóbili, que consiguió lo que casi nadie. Delfino, quizá el caso más parecido al de Bolmaro, fue joven, luego hizo Europa, volvió a la NBA y tras muchos años lesionado, otra vez está en Europa. Cuando estuvo bien físicamente, fue un jugador correcto en la NBA, aunque nunca hizo grandes contratos. Cabeza siempre se adaptó al medio americano. 

Andrés Nocioni tuvo un gran inicio en los Bulls, pero desde su salida, nunca disfrutó ni buenos equipos, ni buenos entrenadores ni muchos minutos. Desperdició un par de años que en Europa le hubiesen dado títulos, pero se aseguró su futuro. Por suerte, su enorme capacidad y talento le permitieron 4 años buenos de cierre en Europa para completar una carrera extraordinaria. 

Luis Scola fue el que siempre tuvo mayor obsesión por llegar a la NBA y el que le inculcó a los jóvenes que, si podían ir, tenían que ir. Y fue lo que él hizo. Cuando pudo liberarse de su contrato en Baskonia, se fue a Houston. Tuvo mucho protagonismo varios años y después se quedó varios más hasta que no tuvo ninguna chance. Entonces se fue a China. Pero gastó todo lo que pudo para quedarse en la NBA. Indudablemente, esos 3-4 años finales en Estados Unidos, Luis podría haber sido estrella en Europa, pero su mentalidad era competir contra los mejores mientras de el cuero. Y así lo hizo. 

En definitiva, y si tuviéramos que resumir la idea de este informe, podríamos decir que ir o no a la NBA, para los jugadores terrenales, es una cuestión personal. De desafíos, de estímulo, de superación o de convicciones. Porque a la larga, más allá de que quedará por siempre la duda del "y si", nadie discutirá jamás la carrera de Sergio Llull o Bodiroga. Solo quedará esa incógnita. El punto es cuánto afectó eso a ellos mismos. No hay una misma receta para todos. 

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