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Golden State Warriors se levantó como una de las franquicias más exitosas y transformadoras en la historia de la NBA, pero pocos recuerdan que su ascenso meteórico fue en gran parte el resultado de una serie de eventos aparentemente aleatorios que se alinearon de manera perfecta.

Todo comenzó el 6 de noviembre de 2014, cuando los Warriors perdieron a un All-Star. David Lee se lesionó nuevamente el tendón de la corva, y Draymond Green tomó su lugar en el quinteto titular. Esta fue la primera pieza clave del rompecabezas.

Al mismo tiempo, el equipo contrató a un nuevo entrenador, Steve Kerr, un exjugador con cinco campeonatos en su haber. Kerr quería cambiar la forma de jugar de los Warriors, implementando acciones divididas, utilizando a las estrellas como señuelos y dejando que los errores defensivos generaran su ofensiva. Esta fue la segunda pieza crucial.

Y justo en ese momento, los Warriors descubrieron que no solo tenían al mejor tirador de todos los tiempos en Stephen Curry, sino también posiblemente al segundo mejor tirador de todos los tiempos en Klay Thompson. Esta fue la tercera pieza esencial.

El resultado fue un equipo perfectamente equilibrado y complementario, con Curry y Thompson liderando la carga desde el perímetro, Green aportando versatilidad y defensa, y Kerr implementando un sistema revolucionario que aprovechaba al máximo las habilidades de sus jugadores.

Lo que siguió fue una era de dominio para los Warriors: cuatro campeonatos en ocho años, incluida la temporada regular más exitosa de la historia de la NBA con un récord de 73-9 en la temporada 2015-2016. Todo esto, en gran medida, gracias a una lesión aparentemente insignificante de David Lee que desencadenó una serie de eventos que llevaron a los Warriors a la grandeza.