Guduric imparable: la lesión que escondió la figura del Fenerbahce campeón
14:15 27/05/2025 | La Final de la Euroliga tuvo al serbio como gran protagonista. Una estrella que brilló pese a una lesión en cadera que ocultaba a todos y que le dio batalla a la par del Mónaco.
Cuando la presión se hace carne y los focos apuntan sin descanso, algunos se encojen y otros se agigantan. Marko Guduric eligió la segunda opción. Con una cadera lastimada y el secreto guardado bajo llave, el escolta serbio fue el motor inesperado de un Fenerbahce que, sin ser favorito, levantó la Euroliga en Abu Dabi tras ocho años de espera. "Nadie lo sabía", confesó en zona mixta después de meter 19 puntos con una efectividad quirúrgica (8/10 de campo) ante Mónaco. Mientras los flashes buscaban a Hayes-Davis o a Hall, el 23 del Fener silenciosamente construía una final consagratoria.
El viernes había sido apenas relevante en la semi contra Panathinaikos: solo 3 puntos en su boxscore. Pero el domingo, cuando más lo necesitaban, apareció como si nada le doliera. "Tres o cuatro días antes me lesioné la cadera. Me dieron mucha medicación. ¡Alabado sea Dios!", soltó, con esa mezcla de alivio y euforia que solo los campeones conocen. La cadera lo traicionaba, pero la camiseta pesaba más. A los 30 años, Guduric encontró su redención en el momento justo.
Su actuación fue clave en un partido que, más que una final, pareció una batalla de ajedrez bajo presión. En un contexto áspero y de ritmo bajo, donde cada ataque era una conquista, Guduric no solo anotó: también desarmó defensas, clavó tres triples letales y contagió convicción a sus compañeros. “Lo importante es el equipo”, insistió. Una frase que parece de manual, pero en su voz cobró sentido: Hall había sido figura en semifinales, Hayes-Davis brilló en la final con 23 puntos y 9 rebotes (MVP incluido), pero fue el serbio quien aportó la estabilidad necesaria para sostener al grupo.
La historia, además, tiene ese condimento dramático que seduce: el héroe que juega roto, que no se queja, que prefiere callar el dolor para que no lo usen de excusa. En un deporte cada vez más expuesto a diagnósticos, protocolos y partes médicos, Guduric apostó por el silencio y respondió en la cancha. Fue el termómetro emocional de un Fenerbahce que, al mando de Jasikevicius, no necesitó una súper estrella, sino varios hombres capaces de dar un paso al frente cuando el contexto lo pedía.
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