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El anillo de campeón de la NBA es mucho más que un título, es un status que le da a un jugador y es el premio que queda para toda la vida en una competencia en donde los jugadores pusieron el cuerpo y muchísimo tiempo de su vida. Por eso que ver reflejado todo ese trabajo en un logro deportivo, es más que una simple estadística y los festejos, fotos y videos son recuerdos imborrables. Para Charles Barkley ese parte de la historia no le tocó nunca y tampoco que estuvo tan cerca con apenas una final disputada, pero su calidad, su entrega y competitividad lo ponían como ese jugador que se merecía un título.

Individualmente no tiene discusión fue un gran jugador, con un personalidad abrasiva en la cancha y fuera de ella con el genio suficiente para ser bromista, amable y duro a la vez. Fue 11 veces All Star, MVP de la temporada 1992/93, miembro de los mejores 50 jugadores de la historia, pero no pudo y mucho tiene que ver la convivencia con Michael Jordan. Ser generacional al mejor de la historia, acotó la chance de títulos y con los Suns en las finales del 1993, sí que estuvo cerca.

En una charla con el podcast pivote, Sir Charles expresó casi como una confesión: “Cuando muchos me dicen ‘no ganaste un campeonato’, les digo ‘sí, pero ¿sabes que no es algo individual?’. Hombre di todo lo que tenía, hice lo mejor que pude pero no se dio. Duermo bien por las noches sobre lo que logré en el deporte”.

Asimismo también reivindico su carrera de acuerdo a las expectativas que se habían creado en torno a su juego en relación a su posición en la cancha y tamaño. “Cuando llegué a la NBA, decían: 'Es solo un ala-pívot de 6-5, nunca tendrá éxito' Nadie pensó que iba a ser bueno. Esa es la mierda que me hace reír. Cuando salía de la escuela secundaria nadie confiaba en mí, ni siquiera creo que nadie fuera del estado de Alabama me quisiera".

Con anillo o sin anillo, la grandeza de Charles Barkley es un legado imborrable para la marca NBA, una afirmación que tiene poco de discusión.