Especial

A 70 años de una hazaña única: ¡Argentina campeón mundial!

00:19 03/11/2020 | El 3 de noviembre de 1950, en el Luna Park, Argentina se quedaba con el primer Mundial de la historia tras vencer a Estados Unidos 64-50.

Los campeones del 50, en pleno festejo (Foto E Gráfico)
Luna Park. 3 de noviembre de 1950. Media tarde. Por la avenida Corrientes, circulan en ambos sentidos miles y miles de autos con trabajadores en su interior saliendo de una jornada más de trabajo. Una buena parte de ellos no volverá a su hogar directamente. Antes tiene una cita ineludible. La final del primer Campeonato Mundial de Básquetbol entre la Argentina y los Estados Unidos.

La hora prevista es a las 22, pero semejante gentío agolpado alrededor del estadio hace que las cosas se demoren. A las 7 de la tarde el Luna ya está repleto, según dice la leyenda, con más de 20.000 personas que ni siquiera permiten que los jugadores argentinos, que vienen desde su concentración en el Club Atlético River Plate, puedan descender con comodidad. “Era impresionante –contaba hace unos años el recientemente fallecido Juan Carlos Uder-. Cuando llegamos al centro, nos encontramos con una gran cantidad de público que se había quedado sin poder entrar, y no podíamos bajar del colectivo. Tuvo que interceder la policía y meter el micro con la puerta pegada a la del Luna”.

La gente, de a poco, se había ido enganchando con este equipo de jóvenes que participaban por primera vez de un Mundial, y que la Argentina había pedido para ser sede en conmemoración del centenario de la muerte de José de San Martín. De hecho, el torneo se llamó “Primer Campeonato Mundial Libertador General San Martín”. 

Tito Lectoure, a 50 años de aquella noche, siempre recordaba que, salvo con alguna pelea Gatica-Prada (favorecida por las dimensiones más pequeñas de un ring), el Luna jamás estuvo como aquel día. No entraba un alma.

La selección argentina de básquetbol de aquel entonces estaba conducida por Jorge Canavesi, exentrenador de Parque, que había tomado al equipo nacional para los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948. Y si algo destacó a ese grupo fue su juventud, comenzando justamente por el propio Canavesi, que para 1950 tenía solamente 30 años. Entre los jugadores, el más veterano era Rubén Menini (26), mientras que el resto apenas superaba los 20. Sin embargo, varios de los integrantes del equipo del ’50 habían estado en Londres y Canavesi ya los conocía: Furlong, González, Uder, Menini, Contarbio… Se había armado un plantel muy apto y con tremendas ganas de lograr algo.

“Nosotros sabíamos que podíamos funcionar bien porque ya en Londres habíamos tenido algún indicio, como cuando perdimos 59-57 contra los Estados Unidos, pero también fue una cuestión de ir ganando confianza partido a partido”, dcía Jorge Canavesi, entrenador de aquel equipo.

Para realizar un trabajo a consciencia, Canavesi recurrió a métodos poco frecuentes en aquella época, como las concentraciones. Y decidió comenzarla nada menos que 3 meses antes del torneo. “Como representábamos al país, existía una ley que te permitía gozar de una licencia en el trabajo. Imaginate que, como nosotros éramos amateurs, ninguno vivía del básquet y tenía otros trabajos, por eso pudimos estar los 3 meses”, recordaba hace poco Rubén Menini, uno de los varios porteños del equipo, que también falleció este año.

Cuando surgieron las opciones, Canavesi se inclinó por River, que tenía una enorme sala donde cada uno de los jugadores se llevó su propia cama. La sala, en la que durmieron todos juntos durante más de 90 días, estaba contigua a las habitaciones donde el plantel de fútbol de River se quedaba los sábados, antes de los partidos. Aquel equipo millonario, dirigido por José María Minguella y donde, entre otros, estaban Angel Labruna y Amadeo Carrizo, hizo de entrada buenas migas con los lungos del básquet y así convivieron un largo tiempo. No todo fue tan sencillo. Una de las figuras de la época, el santiagueño Rafael Lledó, no aceptó semejante concentración y renunció al equipo. 

Apenas arrancó la preparación, Canavesi, junto con su asistente Casimiro González Trilla, recibieron a 50 jugadores de todo el país. De allí se quedaron primero con 20 y luego con 16, que fueron los que integraron el plantel definitivo, más allá de que solamente 12 podían estar anotados. Los otros 4 sólo podían llegar a reemplazar a uno que se lesionara.

Seis horas diarias durante los tres meses de preparación tuvieron los jugadores como práctica. Un entrenamiento distinto a los de hoy. Por ejemplo, se le enseñó a muchos jugadores técnica individual. Casi ninguno manejaba la mano izquierda y varios aprendieron a hacerlo en esos meses. “Se entrenaba de lunes hasta el sábado al mediodía. Ahí los porteños teníamos libre hasta el lunes a la mañana, pero los del interior se quedaban en River”, decía Menini.

Cuando comenzó el torneo, el equipo estaba afiladísimo desde el punto de vista físico, pero nadie podía saber a ciencia cierta cuál podía ser el resultado. Más allá de que Canavesi había visto a algunos equipos en Londres, habían pasado dos años y muchos planteles eran nuevos. Como siempre, Estados Unidos era una incógnita, representado por un plantel  integrado por jugadores de Denver Chevrolets, un equipo de la AAU (Amateur Athletic Union). 

En aquel momento, una situación favorecía a los sudamericanos. La mayor parte de los europeos estaban en plena reconstrucción tras la Segunda Guerra y no estaban para grandes gastos de preparación. De hecho Italia, que se había clasificado, desistió de participar y Francia y España compartieron un avión militar para viajar hasta Buenos Aires para ahorrar dinero.

Egipto venía de ser campeón europeo en El Cairo y Francia de ser segundo. Eran los equipos más poderosos del otro lado del continente. Tampoco estaba Uruguay, quizá el más fuerte de Sudamérica, ya que el gobierno de Juan Domingo Perón les había negado la visa a los periodistas de ese país, provocando su deserción. Para lo que son hoy en día los sistemas de competencia, el que se utilizó en 1950 fue bastante complejo. Se realizaron 3 rondas preeliminares hasta llegar a una etapa definitoria de 6 equipos, donde jugaron todos contra todos.

En la clasificación, la Argentina comenzó su camino enfrentando nada menos que a Francia, pero el trámite fue mucho más sancillo de lo previsto. Furlong y González dieron muestras desde el inicio de la diferencia que marcaban sobre el resto, uno anotando cerca del cesto y el otro armando juego. También Leopoldo Contarbio mostraba su potencia en la llave, a pesar de su metro ochenta y siete. “Nosotros sabíamos que teníamos una gran desventaja en cuanto a la altura, por eso pensamos que teníamos que estar muy bien físicamente para poder tomar rebotes y sacar contraataques. La velocidad era nuestro fuerte”, contó Canavesi.

Ante Francia se ganó con contundencia 56-40 y eso sirvió para pasar a la ronda final, donde el primer choque fue ante Brasil. “Nos conocíamos mucho y realmente ellos eran muy duros”, decía Uder. Esa noche, Furlong fue desequilibrante, anotando 15 de los 40 puntos de la Argentina, que venció 40-35. “Furlong no era un superdotado físicamente y era nuestro pivote y jugador más alto con apenas 1.92, pero tenía mucha inteligencia para jugar y finteaba con una calidad enorme”, decía Canavesi. El gran Oscar era determinante en el equipo y buena parte del juego en ataque pasaba por él, que no solamente era el mejor anotador del plantel, sino que pasaba muy bien la pelota al compañero abierto. El que aprovechaba las marcas que absorbía Furlong era Uder, el mejor tirador del equipo y, probablemente, también el mejor rebotero y defensor. “Habíamos entrenado mucho el bloqueo en los rebotes defensivos para poder salir rápido de contraataque, porque si no se nos complicaba, y reconozco que en ese rubro estaba mi especialidad”, comentaba Uder. 

La cuestión es que la Argentina ganaba y seguía afianzándose a medida que pasaban los partidos. Mientras tanto, seguían las prácticas en River por la mañana, dentro de las estrictas normas de Canavesi. “Creo que una sola vez fuimos al Guindado –recordaba Menini-. La verdad es que fue una concentración ejemplar, porque nos divertimos mucho sin salir de joda”.

Después de Brasil llegó Chile, otro de los poderosos de aquellos tiempos de Sudamérica. Los chilenos tenían la desventaja de ser más pequeños todavía que los argentinos, y por eso no hubo forma de que les hicieran frente. “Estábamos realmente muy bien. Yo recuerdo que en las prácticas previas al torneo, teníamos que juntar dos o tres equipos rivales para que nos jugaran partidos, porque uno solo no nos aguantaba nada”, se regodeaba Canavesi, que no dudaba en calificar a aquella experiencia como de avanzada.

El tercer rival en la ronda final volvió a ser Francia, y la paliza esta vez fue peor que en el primer partido. Una excelente tarea de equipo apabulló a los europeos, que perdieron 38-19 el primer tiempo y 66-41 al final. Para ese entonces, ya se veía venir la final entre la Argentina y los Estados Unidos, los únicos equipos que quedaban invictos.

El campeón de Europa, Egipto, fue un trámite para los criollos, al derrotarlos 68-33. Era el 1 de noviembre de 1950 y ahora sí las cosas quedaban claras: Argentina-Estados Unidos definirían el partido el viernes 3 de noviembre, a las 10 de la noche.

Para los que tuvieron la suerte de ser partícipes de aquella noche, los recuerdos son imborrables. Parece que fue ayer. “Cómo no me voy a acordar –nos decía Menini-. Estaba la cancha repleta. Voy a ser un poco soberbio, pero siempre se dice de aquel partido que Del Vecchio lo definió en el segundo tiempo, y es cierto, como también que con mi ingreso pasó algo similar en el primer período. Estaba cerrado y cuando yo entré sacamos 10 de diferencia”.

La Argentina ganó el primer tiempo 34-24, pero en el segundo los Estados Unidos se acercaron, aprovechando su altura (tenían 4 jugadores por encima del 1.95), hasta ponerse a 3, 40-37. Canavesi mandó entonces a la cancha al jugador más revulsivo que tenía en el banco, el rosarino Hugo Del Vecchio. “Del Vecchio tenía una gran facilidad para anotar puntos de contraataque o con fintas, pero hacía todo al revés de lo que los libros indicaban”, comentaba Canavesi. Lo cierto es que, con su ingreso, la Argentina liquidó el partido en la mitad del segundo tiempo. Del Vecchio anotó 14 puntos y se acabaron los sufrimientos hasta el cierre, que fue 64-50. La Argentina lo terminó ganando desde la línea de libres (metió la misma cantidad de puntos desde allí que desde el campo, gracias a los 38 foules que cometió Estados Unidos) ante un rival que terminó con 4 jugadores en cancha, tras haber perdido a 8 por 5 faltas personales.

“Jamás me voy a olvidar el momento inmediatamente posterior al final del partido, cuando se prendieron todas las luces del Luna Park mientras la gente invadía la cancha –recordaba Menini-. Nosotros no sabíamos que ésa era la costumbre cuando alguien se consagraba campeón mundial, y fue emocionante, sobre todo cuando la gente, espontáneamente, se puso de pie y empezó a cantar el himno nacional a capella”.

Todos los jugadores recuerdan especialmente ese momento y otro posterior, que fue el que le puso nombre a la jornada. Los jugadores se metieron lo más rápido posible al colectivo para volver a River y, mientras subían por la calle Corrientes, la gente comenzó a salir de los bares, los teatros y las confiterías para saludar al paso a los campeones. Algunos alzaban sus copas en su honor, mientras que miles decidieron prender fuego los diarios de la tarde, a la manera de antorchas, para demostrar su gratitud. Allí nació lo de “La Noche de las Antorchas”, como quedó reflejado en el tiempo.

Los jugadores y el excelente y largo cuerpo técnico del equipo (4 kinesiólogos, 2 médicos) enfilaron hacia River para cambiarse y salir a festejar. El sitio elegido: el restaurante El Tropezón, en Callao al 200, lugar famoso al punto de estar incluido en alguna letra de tango que solía cantar Carlos Gardel. “Nos quedamos ahí hasta amanecer –contaba Menini-. Fue un festejo tranquilo pero inolvidable. Algunos la seguimos en una milonga de San Martín y Lavalle, que ahora es La Pipeta. Recuerdo que a las 6 de la mañana todavía nos chocábamos con gente que venía del Luna Park de festejar”. 

Hoy 3 de noviembre se cumplen 70 años de la hazaña. 70 años en los que los integrantes de aquel gran equipo siguieron festejando cada uno de los aniversarios, sin excepción. Esta vez, el Covid, los últimos fallecimientos y la distancia harán que no haya un festejo como el que la ocasión lo merecería. Todos, donde estén, recordarán las maravillas del Negro González, de Balazo Del Vecchio, de Pichón Contarbio, del Flaco Furlong,  del Riojano Bustos, de Buscapié Pérez Varela, de Cuasimodo Viau, de Garufa Menini, del Cabeza Uder … de tantos otros. 

La Noche de las Antorchas marcó el primer hito en la historia del básquetbol argentino. Y a 70 años, viendo tantos nombres ilustres juntos nuevamente, es imposible evitar la nostalgia. 

La final
Argentina 64 – Estados Unidos 50 (3 de noviembre de 1950)
Argentina: Bustos 1, Del Vecchio 14, Contarbio 8, Pérez Varela 4, Furlong 20, Viau 2, Menini 7, González 7, Uder 1, Monza 0 y López 0.
Estados Unidos: Slocum 8, Langdon 6, Stanich 11, Reese 3, Kahler 5, Metzger 3, Parks 2, Jacquet 2, Fisher 0, Heffley 6 y Williams 4.
Primer tiempo: 34-24. Arbitros: Pfeuti (Suiza) y Follati (Italia).
 

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