


Día 9: Un café en 11 horas
La jornada estuvo básicamente marcada por partidos. Por segunda vez en el torneo, nos quedamos a los 4 del día. Pero antes, desayuné en un bar boutique y recorrí algo del barrio, marcado los las joyerías. Mala alimentación.

Sabía que hoy no sería un día de grandes aventuras, porque el hecho de que Argentina jugara en primer turno y México-Venezuela en el último, casi que nos obligaba a quedarnos todo el día en la cancha. Para semejante desgaste físico y emocional, decidí arrancar el día desayunando en un bar boutique que había pispeado hace unos días, en la peatonal.
Fui solo, porque Juan Daniel Cisneros, alias Canasta, cada día que pasa luce con menos entusiasmo para levantarse temprano. Extraña su siesta cordobesa y la emparda durmiendo entre 9 y 11 horas de noche, aunque él lo niegue.
Por curiosidad, recorrí algo de la peatonal al salir del desayuno, confirmado lo que había visto días pasados. Está absolutamente repleto de joyerías. Nadie sabe darme ni una explicación lógica ni la cantidad, aunque uno de los joyeros me dijo que la cifra no baja de 500. Y creo que se queda corto. Son varias manzanas, con galerías, dentro de las cuales son todos negocios de joyas. Más las que están afuera.
Volví al hotel, donde The Legend esperaba, un tanto dolorido, por un efecto rebote del primer día que llegamos y que tuvo que cargar las valijas un par de cuadras. Le dí un Actron, que JD recibió casi como una aparición de la Virgen. A propósito, un saludo y agradecimiento a Sergio Hernández y sus muchachos, que han logrado que Juan todavía no haya consumido un mísero Tranquinal. A esta altura, en Caracas, se había bajado dos cajas.
Partimos al Palacio de los Deportes en subte, que Canasta ya maneja como la palma de su mano. Hasta le indica a transeúntes desorientados qué línea tocar. En cualquier momento los asesora también con algún interés turístico. Es increíble lo que ha mejorado desde su arribo y, sobre todo, desde que tuvo que volverse del estadio solo porque se había olvidado la credencial.
Ya en la cancha, fue todo básquet. De vez en cuando, mientras jugaban Canadá-Venezuela, Canasta se me acercaba y me decía algo que repite permanentemente. "No sé cómo le ganamos a Canadá". Creo que a esta altura ya es cábala.
Promediando el último partido, hablé por teléfono a mi casa, donde mi mujer Andrea me hizo las preguntas pertinentes: "¿Todo bien? ¿Alguna novedad? ¿Dónde estás?" Ahí vino el problema. Cuando le dije que estaba en la cancha, siendo las 21.45, pero que había llegado a las 11.15, no comprendió.
La expliqué entonces que Argentina había jugado primero, que el último partido era bueno, que los dos del medio también, etc, etc, pero seguía sin entender. En realidad, lo que no entendía era que desde las 11.15 solo había tomado un café. "¿Vos sos tarado?", me tiró con elocuente franqueza.
En ese momento, sinceramente me dí cuenta que ella tenía razón. ¿Soy tarado? También me dí cuenta que mi consumo del día había sido: un café, dos aguas, dos seven up y 5 cigarrillos. La cuenta me daba negativo de punta a punta. Prometí entonces que al otro día me llevaría algo en la mochila, ante la desconfianza que me genera el alimento que se vende en el estadio.
Quedé un tanto traumatizado por la situación vivida. De hecho, aunque tenía hambre, me entró una especie de desesperación cuando terminó el cuarto partido del día por llegar a El Popular, único lugar abierto después de las 23 cerca de nuestro hotel.
No es la mejor opción comer desesperado, pero no pude evitarlo. La charla con The Legend amenizó y hasta bajó mis decibeles. Sobre todo cuando me contó que en los nueve años que vive en su casa en Córdoba, solo una vez cambió el agua de la pileta.
Debe ser una mugre, le dije, sin intentar lastimarlo. Pero me explicó que su filtro y limpiafondos la mantiene impecable. Seguimos conversando de cosas súper interesantes, como cuánto medía el sommier de su habitación conyugal, y que tenía un plasma en otra habitación donde no duerme nadie. "Como te gusta gastar guita al pedo", volví a decirle, otra vez sin intención de lastimarlo. Pero me dí cuenta que las horas sin alimento durante el día me habían puesto un tanto agresivo.
Era momento de pagar y volver al hotel. Esta historia no puede repetirse.