


Una jornada de hibernación y otra de reviente
Pérez, sus lentes y el copón de leche: documento inapelable
Sevilla está bellísima, pero el trabajo viene atrasadísimo y hay que aprovechar cada segundo. La soledad del hotel mío y la amplitud del de Argentina, más la llegada de Robertito, todo en 48 horas.
Madrid ha durado poco. Unas 36 horas. Pero bien valieron la pena para empezar a acoplarnos al calor español, que en Sevilla prometía ser mucho peor. Así que tomamos la valijita única que inteligentemente preparamos para no andar acarreando mucho y partimos a Atocha a tomar el AVE a Sevilla.
Un placer. Porque salió exactamente a las 11AM, como estaba previsto, porque llegó exactamente a las 13.30, como también estaba previsto, porque los coches son bellísimos, con comodidad, vagón comedor, lugar para los bultos y todo lo que espera uno de un servicio del primer mundo.
El único detalle fue que a mi lado viajó una señora con un simpatiquísimo niño de unos 3 años, que a cinco minutos de arrancar el AVE ya me estaba pateando la pierna con sus zapatillitas. Una vez, dos, tres...a la cuarta, debo reconocer que mi mirada no debe haber sido la mejor, porque la mujer inmediatamente le sacó las patas, y las zapatillas, lo que rebajó considerablemente las molestias que sus patitas me generaban.
Aprovechamos el viaje a Sevilla para escribir un buen rato, leer, escuchar algo de música, y en un santiamén estábamos en la capital andaluza. De allí al hotel en otro tren de cercanías, que me dejó exactamente a 50 metros del alojamiento. Un chiche.
Eran las 2 de la tarde. De ansioso nomás, decidí ir por mi primer pincho de tortilla del viaje, en un bar cercano y, no conforme, me bajé dos. Ya satisfecho, comenzó una internación en la habitación para recuperar el tiempo atrasado con el trabajo, que terminó a las 4AM, con un impasse de una hora para ducharme y comer en el Vips que hay al lado.
Debo decir que, por hacerme el canchero, le erré en el menú. Me tiraron salteadito de pollo con no sé qué (yo pedí la sugerencia, así que me hago cargo), y resultó ser unas tiritas de pechuga con dos kilos de bróccoli y unos frutos secos incomibles. Zafó, pero el plato con lo que tiré terminó siendo, claramente, más grande que el que comí.
Exhausto, al sobre y a arrancar el día lo más temprano posible. Esto es, 9.30. El rito normal de desayuno, etc, y partida al hotel de Argentina, luego de una frustrada atención a la prensa en el estadio que nunca se concretó.
En el Barceló Renacimiento me emocioné. Está donde fue la Expo Sevilla 92, aquella mega muestra para conmemorar los 500 años del descubrimiento de América y que había sido mi única visita a la ciudad. Hace 22 años. Qué lo tiró.
Obviamente, ni rastros ni símbolos que me hicieran acordar nada, salvo el río Guadalquivir al lado. Allí me encontré con un Gallego Pérez muy sólido, bebiendo un copón de leche pura, que la foto que ilustra este informe confirma fehacientemente, compenetrado en su trabajo para TyC Sports, algo que suele ser agotador. Pues bien, me instalé a eso de las 12.30 y, al marcar tarjeta al salir, el reloj indicaba las 21.30: 9 horitas de corrido dándole a las teclitas. Veremos si tiene su rédito en unos días.
En el Hotel, impecable, pudimos charlar con algunos de los chicos, que no mostraban signos ni secuelas de la derrota ante España. Un buen indicio. También filipinos y griegos, pero no senegaleses, croatas ni puertorriqueños (los caribeños se fueron a jugar un amistoso a Madrid contra Turquía en el que se comieron un lindo pesto).
Al retorno, con el desayuno apenas en mi estómago, paré donde anoche no me había animado, porque lo veía medio dudoso. Pero resultó ser una agradable sorpresa. No estaba para nada elaborado, sino para algo rápido y confiable. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que había en sus mesas exteriores, probé. Y creo que acerté. Mañana les cuento si no hubo efectos colaterales. Un par de burguers completitas y una birrita, como para darle energía a un cuerpo que iba otra vez a pegarle duro.
Vuelta al hotel y, al ratito nomás, golpes en la puerta. En un estado catatónico, hacía su arribo mi roomate Robertito Martín, cansado y, sobre todo, con hambre. Abrí la ventana, le marqué con el índice el barcito y afirmé: "no le podés errar". Cualquier cosa, mañana iremos a la farmacia juntos.
Fabián García (Enviado especial a Madrid y Sevilla, España)
En Twitter: @basquetplus