


La bomba
Dos días dispares. Intenso el primero, con el debut de Argentina. Tranquilo el segundo, con una única meta: conseguir un inflador (bomba en portugés) para el colchón que traje para nuestro tercer pasajero, que llega por la noche.

Cabizbundo y meditabajo, la jornada del domingo, debut de Argentina, fue agobiante. En todo aspecto. Mucho calor y la intención de ver los tres partidos de la jornada, todos muy interesantes. Tras los errores cometidos el primer día, con Pérez planificamos a la perfección el segundo, con un solo error (mío), que aclararé más adelante.
Volvimos al formato inicial de viajar en subte + bus a la cancha, y bajamos una hora y media la duración del trayecto, con tal precisión que nos sentamos 14.13 a ver Brasil-Lituania, que empezaba dos minutos después. Luego del partido, aproveché las eternas 3 horas de espacio hasta el segundo para reorganizar el trabajo y, la verdad, vino bien.
Ya a esa hora (entre las 16 y las 19), empecé a notar el error cometido temprano. Por cómo había sido el día previo, me la jugué a ir con bermudas y un buzo por las dudas. Conclusión: me recagué de frío hasta las 0.35 que nos fuimos de la cancha. Ya está pensada la solución: bermuda puesta y jean en la mochila o al revés. No volverá a suceder.
Luego de los partidos tomamos el bus directo de regreso que fue perfecto. Mi compañero Chori, que muy gentilmente me había dicho que iba a preparar la cena, quedó trabado al regreso ante el cierre del subte y llegó 2.20 AM, hora no muy práctica como para arrancar a cocinar. Además, me agarró justo clavando unas salchichas que fueron lo único rápido y seguro que tenía en la heladera.
Para no volver a sufrir como la noche anterior, recuperé unos tapones que no son de siliconas pero se adaptan bastante bien a las orejas. Santo remedio. Entre que estaba fusilado y eso, no escuché los ronquidos de Chori, cuyas gotas tienen el mismo efecto solucionador que un vaso de agua sin gas.
Ya lunes, mientras él se fue a comprar entradas para distintos eventos, me dediqué a buscar el elemento que faltaba para completar la obra bizarra del viaje. Como a la noche llega nuestro tercer integrante del plantel, Alejandro Silva, alias Teté, traje de Buenos Aires un colchón inflable de dos plazas para que los tres estuviéramos cómodos, todos en camas grandes. Sí, lo traje de Buenos Aires, desinflado obvio, ¿y qué?
La cuestión es que alguien que nos lo inflara de onda no conseguimos, así que me fui a recorrer el barrio en busca de una tienda que vendiera, con el colchón desinflado bajo el brazo. No es tan grande che. En un Casa y Audio que todos me recomendaron, encontré el bendito inflador (la bomba), exactamente igual al que tengo en mi casa, pero traer un inflador ya era demasiado. No salió caro.
Más tarde, ya tranquilo, pude volver a realizar mis caminatas por la costa: Copacabana-Leme-Ipanema-Copacabana: 12 kilómetros. Hacía falta. La pasada clásica por el súper para comprar lo que faltaba y un baño reparador mientras, esta vez sí, Chori cocinaba la cena: churrasquitos de carne y de cerdo. Me quedaba medio vino, así que fue de luxe.
Nos matamos luego salteando entre Las Panteras y Francia-China, hasta que Chori cayó rendido mientras yo me quedaba esperando a Teté, que arribaría a eso de las 2. En ese lapso, momento en el que escribo esto, no dejo de sorprenderme por el volumen de los ronquidos, ahora que lo tengo más a la vista. ¿Habrá forma de hacer guita con eso? Algo se me va a ocurrir.
Enviado especial a Río de Janeiro, Brasil
En Twitter: @basquetplus