


Día 10: Wasap, sangre, el Angel, el cagazo y la angustia
Cuando el torneo empieza a definirse, los tiempos se me acortan. Fueron 24 horas de muchas sensaciones, algunas gratas. Otras no tanto.

No mantengo muchos recuerdos de mi etapa como estudiante del Círculo de Periodistas Deportivos allá por fines de los 80, pero sí me quedó grabada una frase de un profesor del que ni recuerdo el nombre, pero que siempre decía (no apoyaba), que los diarios que más vendían eran los que chorreaban sangre y leche.
No era una frase muy sutil, sobre todo porque, más allá de que de los 52 alumnos, 50 éramos varones, había dos jovencitas que, de vez en cuando, tenían que comerse alguna que otra palabrota por estar en un ambiente varonil.
Aquí en México, la teoría del profesor se confirma rotundamente. Aunque en Argentina hay algún que otro diario sensacionalista, aquí son muchos más, y también más violentos, al menos en sus tapas, ya que obviamente no compramos ninguno.
La portada de los diarios me hizo atragantar el gustoso desayuno en el MUMEDI (Museo mexicano de diseño), donde fui solo, ya que The Legend se quedó torrando. Las defensas las tiene bajas, pero no quiere desayunar fuerte para bancarse el resto del día, y me deja solo. Igual, lo enmienda cuando, minutos más tarde, manda mensajes como el que reproduzco aquí abajo. Medio gay el mensaje, pero bueno...
En el MUMEDI, me atendió Eduardo, un veterano amabilísimo, que tenía bien marcada la característica más habitual de los mexicanos: hablar en diminutivo. "¿Quiere un cafecito? ¿Le traigo las tostaditas con unos tomatitos? ¿Ya quiere la cuentita?" Un crack Eduardo, hijo de vascos de San Sebastián. En un momento, le agradecí la atención y me tiró "no hay de qué". Estuve muy tentado de completarle "so nomás de papa", en homenaje al ídolo local Roberto Gómez Bolaños, pero dudé y la dejé pasar.
El lugar es una belleza, con venta de arte con un diseño muy elaborado, y encima con este buen bar incluido. Ya decidió que desayunaré aquí todos los días hasta que nos vayamos.
Al regreso, Juan Daniel iba a ir conmigo caminando a comprar unas pavaduchas al shopping, que está a 30 cuadras, pero arrugó como un flojo y decidió ir en taxi. Quedamos entonces que yo lo hacía caminando, así que nos encontraríamos allí en una hora.
Largué mi caminata matinal otra vez con dirección espontánea, hacia el Norte. Rápidamente cambió el paisaje por la calle Peralvillo. De entrada, mucho monumento histórico, como el Museo de la Inquisición, con toda su oferta de salas de tortura y demás, que dejaré para otro día. Pero enseguida apareció una zona muy comercial, distinta a la del centro. Me dí cuenta, unos cientos de metros más adelante, que me estaba metiendo en un barrio que no era precisamente una villa, pero que tampoco daba para andar haciendo fotos muy pomposamente.
En un momento, enfrente, un local de ventas de dvds llamado El Angel me hizo ruido en la cabeza. No me dio miedo, me dio cagazo, que es el estado previo al miedo. Justo en mis auriculares empezó a sonar De Música Ligera, de Soda, y pensé: Gustavo, cuidame desde donde estés.
La verdad es que, más allá de la broma, si eso era una villa, en ningún momento sentí que corría peligro. Obviamente, no me puse a sacarle fotos a la gente, porque no daba, pero el ambiente era muy humilde, pero al mismo tiempo muy familiar.
La idea era ir derecho hasta salir hasta Reforma, pero del otro lado, donde arranca. Y así lo hice. No conozco otra calle que pueda ser tan distinta de una punta a la otra. En esta parte, es una avenida descuidada, muy venida a menos, con puestos en la calle de lo que venga, hasta la calle Hidalgo, donde pareciera que hubiese una frontera. Ahí arranca la Reforma glam, la de restós, shoppings y negocios de alto nivel. México es, claramente, una ciudad partida en clases sociales. Muy marcado.
Me encontré con Canasta en el shopping, pero seguí para no enfriarme, y volví por entre callecitas, para variar un poco. Pasé por un edificio de gobierno y, como en casi todas las dependencias oficiales, un ejército de policías cuidaba el lugar. En toda la ciudad se ve una altísima presencia policial, ya sea en el Zócalo, como en el subte o en algunas avenidas. No tanto cerca del estadio, paraíso para los vendedores ambulantes y taxis (reales y truchos). Llegué al hotel rompiendo otra vez la marca máxima de este viaje: 12.83 km en 2h22m. Buen ejercicio.
Un rato de laburo en el hotel y partida hacia el de los equipos, para entrevistar a Néstor García, que acababa de conseguir el pase a semifinales. También intentar robarle una nota a Steve Nash, aunque los canadienses acá tienen más protocolo que el Dream Team. Llegué al Camino Real Polanco y, apenas ingresé, ahí estaba Steve (juego de palabras). Agarré una Básquet Plus, para que viera que no era cualquier gilastrún, y se la dí, explicándole que era la única revista de Latinoamérica de básquet y bla bla bla, y si no tenía 10 minutos para mí, pero el base me mandó con la jefa de prensa, que tiene menos onda que el profesor Neurus.
Desperté al Che de su siesta, hicimos la nota, y de ahí me fui a la cancha, para no disfrutar la primera derrota argentina en el torneo. Podía pasar. Mejor hoy que el viernes. La angustia, por ahora, no supera a la esperanza.
Al regreso, más tarde que nunca, tuvimos que caer una vez más en El Popular, donde ayer Canasta me había dicho que no volvería porque no le gustaba la comida. Frase al cuete, porque no hay otro lugar donde comer a esta hora. Así que volvió a su ensalada de pollo con frutas. Yo cambié por una hamburguesa casera. Buena elección. Ahí me enteré que Nené (su esposa), cambió el agua de la pileta después de ver el diario de viaje de ayer, y además la pintó. The Legend está casi ofendido. Es un militante comprometido contra el cambio climático y cree que Nené, en este caso, ha ido contra sus principios. "No respeta el medio ambiente", tira The Legend.
Igual, a comerla. La pileta ahora está limpia, y pintada.
Fabián García / [email protected]
Enviado especial a Ciudad de México
En Twitter: @basquetplus