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Cuando Tom Thibodeau tomó la responsabilidad de dirigir a los Knicks, el equipo llevaba 7 temporadas consecutivas estando fuera de los playoffs. Y en las últimas 6 no había llegado siquiera a los 35 triunfos. Ese era el estado de situación de una de las franquicias más taquilleras de la NBA.

Y ya en su primera campaña comenzó a dar vuelta la historia, con una clasificación a la postemporada a partir de un Julius Randle en modo All Star, acompañado por un RJ Barrett importante pero irregular. Y el revés de quedar afuera en la 21/22, con elecciones malas a partir de las llegadas de Evan Fournier y Kemba Walker, no trastocaron los planes a futuro.

Pero en la 22/23 todo cambió con la apuesta por un Jalen Brunson que había mostrado algo de su talento en Dallas, pero que en los Knicks encontró su segunda casa. Con el base como enorme figura, New York regresó a los playoffs y pasó la primera ronda por primera vez en 9 años, cayendo ante Miami en semis del Este. Mismo resultado en la 23/24, con derrota frente a Indiana en séptimo partido, apostando a las explosiones de OG Anunoby y de Josh Hart para un quinteto titular que explotaba en minutos, algo muy común en los equipos de Thibodeau.

Para la 24/25 prescindió de Randle y apostó por Karl Anthony Towns para ser dupla de Brunson, además de la llegada de Mikal Bridges como estandarte defensivo en el perímetro. Así logró eliminar a Boston en semifinales y volver a una final del Este 25 años después, para caer una vez más ante los Pacers por 4-2, en lo que se sintió como una oportunidad de oro perdida por el equipo.

Rotaciones cortas, poca confianza en las segundas unidades, todas críticas que se le pueden atribuir a un Tom Thibodeau que igualmente supo cómo refundar una franquicia que parecía destinada a seguir en las sombras, y que con él pudo volver a los primeros planos.