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Rucker Park, el playgroung en el que la leyenda del Dr. J nació

09:45 22/02/2020 | El personaje más importante que llegó a la NBA tras la disolución de la ABA se forjó en los partidos callejeros y convocaba a más público que la propia liga.

En la actualidad, el Dr. J suele ir a ver partidos de sus exequipos, Nets y 76ers (Foto: NBA)
Lejos de los flashes, de las marcas y de la industria mediática existió una atmósfera en la que quienes se creían grandes llegaban al asfalto para convertirse en leyendas. Parece una fábula, pero allí se sentaron las bases del básquet moderno, del estilo y el componente artístico como esencia del juego. El mítico Rucker Park, playground que aún descubre talentos en Harlem, fue el escenario en el que todas esas historias ocurrieron. Una de ellas significó el comienzo de una nueva Era: la del legendario Julius Erving y el nacimiento del Doctor J.
 
“Nos decían que debíamos esperar a que viniera Julius. Julius, Julius y Julius. Era todo lo que escuchaba. Yo jugaba en la NBA. ¿Por qué iba a estar preocupado por ese tal Julius que no conocía?”, dice un avejentado Tom Hoover, exjugador de los New York Knicks. Pronto, se dio cuenta de que el clamor popular estaba en lo cierto: aquel Julius llegó y logró cosas jamás antes vistas. Saltos inverosímiles, movimientos en el aire y volcadas que aún siguen grabadas en la memoria de quienes fueron lo suficientemente afortunados como para presenciarlas.
 
Es que el Rucker Park era un hormiguero cada vez que Erving, quien por ese entonces formaba parte de la ABA, entraba en acción. El público se amontonaba en las inmediaciones de la cancha. Algunos improvisaban una especie de palco y se sentaban en las terrazas de los edificios cercanos. Otros, se subían a la copa de los árboles sólo para ver jugar a aquel joven. Mientras la NBA hundía su cabeza en los problemas financieros, la calle se robaba al mejor showman del momento.
 
Pronto, los asistentes habituales entendieron que semejante demostración de talento y destreza física merecía un apodo que lo abarcara todo. Entonces, comenzó el desfile de intentos: probaron con Little Hawk, pero esa referencia al legendario Connie Hawkins no convenció a Erving. Lo llamaron La Garra, aunque tampoco cuajó. Moisés Negro fue otra de las tantas opciones. Finalmente, el propio Julius se hizo cargo de la situación: “Si quieren llamarme de alguna manera, díganme Doctor.” Aquel era un sobrenombre que un compañero de la secundaria le había puesto y que él decidió adoptar.
 
A partir de ese momento, una pregunta se apoderó de las charlas en el playground: “¿Jugará?”. La respuesta, preludio de la exhibición que se vendría, se transformó en una frase que resume mejor que nada la vida deportiva de Julius Erving: “¡El Doctor estará operando esta noche!”.
 
Leandro Carranza | [email protected]
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