


La valija loca, el guiso y la técnica antirronquido
Empezó una nueva travesía, con compañía nueva después de la traición de Canasta, The Legend. Dos cagadas en dos días. Buen promedio para arrancar.

Río, allá vamos. Se vino de golpe, casi sin que nos diéramos cuenta. Unos Juegos Olímpicos muy especiales, difíciles de olvidar, con circunstancias que lo harán único. Los últimos de Manu y Nocioni? No, no hablo de eso. Hablo que esta vez, The Legend, Canasta, no va a ser mi compañero de ruta.
Es así, el vil metal puede hasta con relaciones añejas, y el cordobés que más sabe de básquet vio un hueco en un departamento de coterráneos y me dejó solo, desamparado, casi como si fuera un paria. Me convirtió en una cuasi agencia de viajes, obligándome a salir a buscar acompañantes como si fuera Despegar.com. Por suerte, la agencia funcionó bastante bien y tendré compañía nueva, aunque desconocida. O poco conocida. Pero de eso hablaremos luego.
La llegada a Río me hizo acordar la primera vez que vine a esta ciudad. Me bajé del bus del aeropuerto al hotel y, 30 segundos después, me dí cuenta que me había quedado una campera con el celular en el bondi. Lo corrí con un taxi, pero nunca lo alcancé. Perdí campera, celular y 100 dólares que me cobró el tachero. De ida. Volví en colectivo. Hermosa experiencia inicial.
Esta vez no fue para tanto. Bajaba con mi valija por una escalera mecánica yendo hacia los transportes previstos para los acreditados, cuando en un mal movimiento mi hermosa Delsey negra de apenas 2 años tomó su propio camino y empezó a caer por los escalones, mientras yo la miraba incrédulo y la gente me miraba a mí como diciendo qué hace este estúpido. Mil cosas pasaron por mi cabeza en esos 6/7 segundos. La más importante: se va a partir en 20 pedazos y todo se va a desparramar por el piso. Pero no, se la bancó como una duquesa y solo voló la chapita que sirve para abrir el cierre. Ni una ruedita siquiera. Bastante bien.
Tomé consciencia entonces que debía empezar el viaje con más cuidado. Recogida la acreditación con la tarjeta que sirve para utilizar gratuitamente el transporte público, recibí una grata sorpresa cuando me ofrecieron un auto oficial para ir hasta el departamento alquilado. La chofer no tenía muy claro el trayecto, pero le puso onda y arrancamos.
El departamento resultó lo esperado. Pequeño pero acogedor. Sobre todo ahí que estaba solo. Acomodé petates y al súper a llenar la heladera. Carita la historia. Vino ni hablar. Hubo que desembolsar, pero con la comida no se jode. Ya de regreso, no quedaba mucho para la cena, así que unos churrasquitos a la plancha y a hacer noni para arrancar a full el primer día completo.
Así fue que el jueves iba a ser un gran día. Pero otra vez arranqué moqueando. La conferencia de los jugadores de la selección iba a ser 13.45 aproximadamente. Salí 12.15, tiempo razonable. Primer detalle. En la estación donde sale el subte a Barra (yo estoy en Copacabana), solo se permite acceso al tren a acreditados o gente con entradas. Así que hasta que empiecen los Juegos viajamos casi solos. Para ir hasta donde se entrenaba la selección, me enteré ahí, tenía: 2 subtes y 2 buses. Empecé a preocuparme por la tardanza. Sobre todo cuando el último bus tardó media hora en llegar. De ahí, unos 600 metros hasta la cancha de práctica. Eran casi las 14. Llegué...y a los lejos ví como José Montesano y Chapita Beder se subían a un auto para irse. Ok. Segunda cagada en dos días. Va a remontar la cosa.
Volví sin haber hecho nada. Bah, sí, hice, perdí 4 horas. Al regreso, me encontré con mi primer huésped, el colega tucumano Alberto Núñez, biógrafo oficial del contador público y presidente de FIBA mundo, Horacio Muratore. Su libro: El señor de los éxitos. Le había dejado la llave con el Gallego Pérez, así que Alberto ya estaba instalado en el depto. Nos conocíamos, claro, pero no a este nivel. Serán dos noches. Para tantearlo, le pregunté qué pensaba comer y si sabía cocinar. "Si te animás puedo hacer un guiso", mandó. Ahí me dí cuenta que The Legend, en 6 viajes previos (2007, 2008, 2010, 2012, 2013 y 2015), jamás me había cocinado ni una salchicha. LTA Canasta.
Don Núñez armó un guisito temprano (20.30), y a las 23.30 ya había palmado como el mejor. Me pareció escuchar que amenazaba un ronquido, pero yo estaba muy ensimismado en cerrar la revista previa especial de los Juegos (100 páginas), así que no le presté mucha atención. Y a las 12.30, repodrido de escribir, me fui a tomar una cerveza (2), con Pérez, a un garito en la playa. Calculé mal y me cagué de frío, pero en pleno invierto tomar una birra en la playa no podía criticarse.
Al retorno, tarde, caí fusilado. La amenaza antes de irme era una sólida realidad. Alberto no llega a los 9 puntos en la escala Richter de mi amigo Robertito Martín, pero clava un 6/7 tranquilo. Con intermitencias, que son los peores. Por mi experiencia con roncadores (uno de los tantos defectos de Canasta), vengo desarrollando una técnica que consiste en colocar la almohada alrededor de la cabeza, tapando ambas orejas, como si uno cargara una bolsa de papas. Se complementa presionando uno de los lados con el respaldo de la cama y, con uno de los brazos, presionar del otro lado. Tiene un problema: si no funciona y no te dormís en 10 minutos, en el 11 te tiene que destrabar un kinesiólogo porque te acalambrás hasta las uñas.
En este caso creo que funcionó, porque no me acuerdo qué pasó después.
Fabián García / [email protected]
Enviado especial a Río de Janeiro, Brasil
En Twitter: @basquetplus